Guo Gu es un monje chan, profesor de budismo y religiones de Asia Oriental en la Universidad Estatal de Florida. Fue discípulo de Sheng Yen que fue el introductor del zen coreano en Europa. Escribió un muy interesante artículo titulado la Iluminación Silenciosa que Dokusho Villalba ha traducido para una revista anual que publica para sus discípulos y amigos que se llama Cuadernos de Estudios Zen. Me gustaría hoy leer y comentar con vosotros este artículo.
Hablar de iluminación silenciosa es remontarse no solo a Huineng /Eno (638-713), sexto patriarca del Chan, y otros maestros chinos, sino también a las primeras enseñanzas de Buddha. En la tradición zen, la iluminación silenciosa se denomina mokusho. Es un término que utilizó por primera vez Wanshi (1089-1163) que escribió un poema que tituló Mokushoka – el canto de la iluminación silenciosa.
Este poema comienza diciendo: “Cuando en el silencio toda palabra se olvida, eso aparece delante vuestra con nitidez”
“Eso” es la palabra clave, el punto esencial, lo no explicable, lo no expresable salvo con metáforas y poesía. “Eso” es el alfa y el omega, la totalidad y el vacío. Lo que todo lo reúne y todo lo disgrega. Podíamos seguir hasta el infinito añadiendo conceptos y no lo alcanzaríamos. Así que decir eso es suficiente, cuando eso aparece ninguna palabra es necesaria.
Bien comienzo con el artículo.
“En Occidente, la iluminación silenciosa suele presentarse a través de la lente de la práctica Sōtō Zen como shikantaza, un término acuñado por Dōgen Zenji para describir la encarnación del despertar. Sin embargo, shikantaza no es una categoría de práctica distintiva, y aunque forma parte de la iluminación silenciosa, no puede abarcarla por completo.
La iluminación silenciosa es la práctica simultánea de la inmovilidad y la claridad, o de la quietud y la luminosidad. En el silencio hay iluminación; en la quietud, la claridad está siempre presente.”
“Inmovilidad y claridad” Son dos términos muy importantes, unir ambos es como decir zazen.
Tozán en el Hokyo Zan Mai dice: “La ley de la interdependencia y el momento oportuno se realizan en la claridad y el silencio del corazón”.
Raphael ha hablado varias veces sobre este “momento oportuno”, en griego Kairos, ese lapso indeterminado de tiempo en el que algo esencial sucede. En la teología cristiana, Kairos, el momento oportuno se asocia al tiempo de Dios. El instante en el que Dios actúa en el instante.
Podemos decir entonces Iluminación silenciosa. Podríamos decir también simplemente luz y silencio o podríamos decir de una manera más amplia: Inmovilidad, silencio y luz. Que para nosotros, en el linaje de Dogen, se concreta como Shikantaza aunque el autor del artículo veréis que lo separa como en tres niveles diferentes a los que se puede acceder de forma escalonada, progresiva, uno a uno o a la totalidad en una sola respiración.
Entonces el artículo continua diciendo:
“Ya estamos iluminados. La tradición chan no suele referirse a pasos o etapas. Su enseñanza central es que estamos intrínsecamente despiertos; nuestra mente carece originalmente de aferramiento, fijaciones o aflicciones, y su naturaleza carece de divisiones y etapas. Esta es la base de la perspectiva chan sobre la iluminación súbita. Si la naturaleza de nuestra mente no fuera ya libre, eso implicaría que podríamos iluminarnos solo después de practicar, no siendo este el caso. Si fuese posible ‘obtener’ la iluminación, también sería posible perderla.”
Jiso Forsani en su respuesta a una carta enviada por alguien cercano a él dice:
“Zazen se apoya sobre un único hecho y solo él lo verifica (representa): que siempre estoy donde estoy con todo mí mismo (lo que soy) que ahora está aquí, sin que exista ni otro ahora-aquí ni otro siempre ni otro en ninguna parte. Dicho con otras palabras, que el mí mismo que ahora está aquí, es completamente uno con todo el tiempo y todo el espacio, precisamente mientras vive esta singularidad que llamo “instante”, “presente”, “yo”, “vacío” según el aspecto que intente expresar con palabras.
Zazen es sentarse en este “ojo de Buddha”, que es ojo de fe cuando no ve y ojo de experiencia cuando, y hasta donde, logra ver. En este sentido mi satisfacción o mi frustración al hacer zazen son completamente irrelevantes.”
“Pensemos , continúa el artículo, en una habitación que, por naturaleza, es espaciosa. La forma en la que organicemos los muebles de la habitación no afectará a su amplitud intrínseca. Podemos levantar paredes para dividir la habitación, pero serán temporales, y tanto si dejamos la habitación limpia como si la dejamos abarrotada y desordenada, no afectará a su amplitud natural. La mente también es intrínsecamente espaciosa. Aunque podemos quedar atrapados en nuestros deseos y aversiones, nuestra verdadera naturaleza no se ve afectada por esas aflicciones. Somos intrínsecamente libres.
Intercalo de nuevo lo que dice el artículo con la respuesta de Jiso que reafirma esto mismo con otras palabras :
“…en la búsqueda de estar solo sentado yo me doy cuenta de dos cosas: una, que no logro nunca estar solo sentado, porque de una manera u otra siempre se me va la cabeza y, por tanto, mi actividad será la de volver allí sentado; la otra es que estoy de todos modos siempre solo sentado allí, sea donde sea que yo vaya con mi pensamiento: y que estas dos cosas son ambas verdaderas, en la medida que les compete e, incluso contradiciéndose, no se anulan entre sí.”
En la tradición chan y zen, por tanto, la práctica no consiste en ‘producir’ la iluminación no podemos producir lo que ya tenemos. Quizás podamos preguntarnos: ¿y entonces qué hacemos aquí, practicando?».
Una posible respuesta es que practicamos, porque la prática siguiendo con el ejemplo que pone el artículo, ayuda a limpiar los muebles de la habitación. Al no apegarte a tus pensamientos, al no seguirlos, al dejarlos ir libremente, quitas el foco de los muebles, por así decirlo. Así que tu mente, en vez de fijarte, de distraerse, de perderse, de olvidarse en las sillas, mesas y demás que es lo que hacemos cotidianamente, contempla su amplitud. Entonces podemos decidir dejar que los muebles se queden como están o en reorganizarlos de la manera que queramos ya que somos intrínsicamente libres y hagamos lo que hagamos no existe ninguna posibilidad de contradecirnos.
Continúo con el artículo hasta el final sin ningún comentario.
“En las enseñanzas del maestro Sheng Yen la forma definitiva de practicar la iluminación silenciosa es sentarse con independencia de los ojos, los oídos, la nariz, la lengua, el cuerpo o la mente. Te sientas sin permanecer en ninguna parte, sin inventar nada ni caer en el estupor. No entras en absorción meditativa ni das lugar a pensamientos dispersos. En este preciso momento, la mente simplemente es: despierta y quieta, clara y sin ilusiones. Sin embargo, para muchos practicantes, este nivel puede resultar demasiado exigente.
Mi maestro, el maestro Sheng Yen, introdujo por primera vez esta forma de practicar la iluminación silenciosa en la década de 1970. A sus alumnos les gustaba mucho el método, pero nadie era capaz de practicarlo, no conseguían dominarlo, así que cayó en el olvido. A principios de la década de 1990, Sheng Yen empezó a dividir la práctica en etapas. Pasó una década enseñando y explorando la iluminación silenciosa con sus estudiantes durante retiros intensivos de siete y diez días, tanto en Occidente como en Taiwán. Traduje muchas de las enseñanzas de Hongzhi sobre la iluminación silenciosa para acompañar los comentarios de Sheng Yen, que ahora están publicados en varios libros. La última y más representativa de sus enseñanzas sobre la iluminación silenciosa, El Método del No-Método: La Práctica Chan de la Iluminación Silenciosa, se publicó en 2008. El maestro Sheng Yen falleció poco después, en febrero de 2009.
Como monje asistente personal del maestro Sheng Yen, fui uno de sus primeros alumnos en empezar a seguir su método de iluminación silenciosa como mi práctica principal. A menudo, me utilizaba como conejillo de indias: le informaba de cualquier estado o experiencia que experimentaba a medida que profundizaba en la práctica. Practiqué la iluminación silenciosa bajo su guía durante unos dieciséis años, hasta que empecé a utilizar el método huatou o gong’an (kōan en japonés).
Las etapas de la iluminación silenciosa enseñadas por Sheng Yen no están grabadas en piedra. Constituyen un medio para alcanzar un fin y son señalizaciones. Es importante tener un maestro que te guíe, ya que cada persona tendrá una respuesta diferente a este método, creciendo según su propia capacidad espiritual y disposición kármica.
La práctica de la iluminación silenciosa enseñada por el maestro Sheng Yen puede dividirse a grandes rasgos en tres etapas: mente concentrada, mente unificada y no-mente. Dentro de cada etapa hay infinitas profundidades. No es necesario pasar por todas las etapas, ni son necesariamente secuenciales.
La primera etapa de la práctica consiste en aprender a sentarse de forma no forzada, sin intentar conseguir esto o deshacerse de aquello. Simplemente, te sientas con claridad y sencillez en el momento. En chino, esto se llama zhiguan dazuo, que significa ‛solo sentarse’. Shikantaza.
Simplemente, sentarse es ser consciente de que estás sentado. Cuando estás sentado, ¿puedes sentir la presencia de todo tu cuerpo: postura, peso y otras sensaciones? ‛Estar sentado’ significa, como mínimo, saber claramente que todo el cuerpo está ahí. No significa prestar atención a una parte concreta del cuerpo, como las piernas, los brazos o la postura, ni sentir todas las sensaciones corporales. La idea es ser consciente de la totalidad general de la experiencia de estar sentado. El cuerpo está sentado; tú lo sabes. Esto significa que tu mente también está sentada. Así que el cuerpo y la mente están juntos mientras estás sentado. Si no sabes que estás sentado, entonces no estás siguiendo el método
Este método es sutil; no es como contar respiraciones del uno al diez, que es muy concreto. Pero eso no significa que no haya nada que hacer. Definitivamente hay algo que hacer: ¡Sentarse!
Este método no implica contemplar, observar los pensamientos o escanear continuamente el cuerpo. En su lugar, implica prestar atención al acto de sentarse, permanecer en esa realidad momento a momento. Cuando te concentras en estar sentado, el cuerpo y la mente están juntos de forma natural. No observas el cuerpo ni te lo imaginas, como si estuvieras mirándolo desde fuera, lo cual es una especie de construcción mental.
Cuando se practica de forma enfocada e intensa, sin interrupciones, durante media hora, es posible que el cuerpo acabe empapado de sudor. Por ello, esta forma tradicional y enérgica de practicar el método no es adecuada para la mayoría de los practicantes actuales, porque muchos ya están estresados en su vida cotidiana. Otra limitación de la forma enérgica es que no puede mantenerse durante mucho tiempo, entre media hora y una hora como máximo. Así que, en general, es aconsejable practicar el método de forma relajada, sin dejar de ser plenamente consciente de que estás sentado.
Familiarizarse con tu cuerpo y aprender a relajarlo puede liberarte de tendencias habituales y emociones negativas. Puedes notar que cuando surgen pensamientos errantes, algunas partes de tu cuerpo se tensan. Lo mismo ocurre con las emociones profundamente arraigadas, que se alojan en lugares concretos del cuerpo. A menudo, las personas viven sus vidas de tal manera que sus cuerpos y mentes están divididos; hacen una cosa con sus cuerpos mientras sus mentes están en otra parte. Practicar esta primera etapa ayuda al cuerpo y a la mente a estar más unificados.
Cuando estás atento y lúcido en cada momento y no te dejas atrapar por pensamientos errantes, estos desaparecen por sí solos. Se disipan porque la
mente discriminativa, que está ligada al aferramiento al yo, se atenúa. Tu mente discriminativa se atenúa porque eres consciente de la totalidad del cuerpo mientras estás sentado. Sin pensamientos errantes, no te aferras a esto o aquello, ni te sientes atraído o repelido por sensaciones particulares. La concentración que se desarrolla en la primera etapa de la iluminación silenciosa no es un foco mental unívoco, sino una presencia abierta, natural y clara. Es una concentración acompañada de sabiduría.
Cuando se atenúa tu mente discriminativa, también disminuye tu limitado sentido del yo. Tu campo de conciencia, que al principio es la totalidad del cuerpo, se abre de forma natural para incluir el entorno exterior. El interior y el exterior se convierten en uno. Al principio, puede que notes que un sonido viene de una dirección determinada o que tu mente sigue distintos acontecimientos del entorno, como alguien que se mueve. Pero a medida que continúas, estas distinciones desaparecen. Eres consciente de los acontecimientos que te rodean, pero no dejan huellas. Ya no sientes que el entorno está ahí fuera y tú aquí dentro. El entorno no supone ninguna oposición ni carga. Simplemente es. Si estás sentado, el entorno eres tú, sentado. Si has abandonado tu asiento y estás caminando, entonces el entorno sigues siendo tú, en todas tus acciones. Esta experiencia, la segunda etapa de la iluminación silenciosa, se llama la unidad de uno mismo y los demás.
¿Todavía puedes oír sonidos? Sí. ¿Puedes levantarte para beber agua u orinar? Sí, por supuesto. ¿Existe la mente? Sí. Tienes pensamientos cuando los necesitas para responder al mundo, pero no son autorreferenciales. La compasión surge de forma natural cuando es necesaria; no tiene nada que ver con la emoción. Existe una intimidad con todo lo que te rodea que va más allá de las palabras y las descripciones. Cuando orinas, el cuerpo, la orina y el retrete no están separados. De hecho, ¡tienen un diálogo maravilloso!
En esta fase, ves claramente lo que debe hacerse. Sabes cómo reaccionar, pero sin ningún punto de referencia ni oposición. Si oyes un pájaro, eres un pájaro. Cuando interactúas con una persona, tu mente no se agita. Ves las cosas como una unidad; forman parte de ti y tú formas parte de ellas. No es que pienses: ‘¡Ellos son parte de mí y yo soy muy grande! Incluyo al mundo entero’. Tampoco es que te disuelvas en el entorno externo, dejando de saber quién eres. Es solo que el sentido de autorreferencia ha disminuido y las cargas de las aflicciones normales se han desvanecido temporalmente.
Hay estados progresivamente más profundos de esta segunda etapa. Cuando entras en un estado en el que tu entorno eres tú sentado, el entorno puede convertirse en infinito e ilimitado, provocando un estado de unidad con el universo. El mundo entero es tu cuerpo sentado. El tiempo pasa rápidamente y el espacio es ilimitado. No estás atrapado en los detalles del entorno. Solo hay apertura mental, claridad y una sensación de infinito. Esto no es todavía la realización del no-yo; es la experiencia del gran yo.
En este punto, pueden ocurrir tres experiencias más sutiles, todas relacionadas con el sentido del gran yo. La primera es la luz infinita. La luz eres tú, y experimentas una sensación de unidad, infinitud y claridad.
La segunda experiencia es el sonido infinito. No es el sonido de los coches, los perros o algo semejante. Tampoco es como la música o cualquier otra cosa que alguna vez hayas escuchado. Es un sonido primordial, elemental, que es uno con la experiencia de la inmensidad. Es armonioso en todos los lugares, sin referencia ni atribución.
La tercera experiencia es el vacío. Pero no es el vacío de la naturaleza del yo o del no-yo que constituiría la iluminación. Se trata de un vacío espacioso en el que no hay nada más que la inmensidad pura del espacio. Aunque no experimentes un sentido del yo, sigue existiendo una forma sutil del yo y del objeto.
Estos estados progresivamente más profundos están todos relacionados con los estados de samadhi. Cuando salgas de ellos, debes intentar no pensar más en ellos porque son bastante seductores. Dite a ti mismo: ‘Este estado es ordinario; no es eso’. De lo contrario, te llevará a otra forma de apego.
Puedes estar en la fase inicial de la segunda etapa de la iluminación silenciosa durante unos minutos o unos meses. Durante este tiempo, nada te obstruye: cuando estás sentado, sientes que el entorno eres tú, sentado; cuando estás caminando, te sientes conectado con el entorno. En la última fase de la segunda etapa, puedes incluso pensar que estás iluminado porque los niveles más profundos de unidad son muy profundos. Los practicantes a veces creen que de repente se han vuelto más inteligentes o que han comprendido todas las escrituras.
Todos estos estados de claridad son maravillosos; te dan una fuerte convicción en la utilidad del Buddhadharma y la posibilidad de un estado libre de aflicciones. Sin embargo, aún no representan la claridad de la tercera etapa: la realización de la iluminación silenciosa. Apégate a cualquiera de estos estados y te alejarás de ellos. Todos ellos deben ser abandonados.
La claridad de la segunda etapa es como mirar a través de una ventana inmaculada. Puedes ver a través de ella muy bien, casi como si la ventana no estuviera ahí, pero está ahí. En la segunda etapa, el yo permanece latente, pero está presente un sutil autoaferramiento. En otras palabras, ver a través de una ventana, aunque esté muy limpia, no es lo mismo que ver a través de ninguna ventana. Ver a través de ninguna ventana es una forma de describir el estado de iluminación, que es la tercera etapa. En la claridad absoluta, la mente está inmóvil. ¿Por qué? Porque no hay mente autorreferente.
La tercera etapa de la iluminación silenciosa es la realización de la inactividad y la vigilia, la quietud y la conciencia, samadhi y prajnā, todas ellas formas diferentes de describir el estado natural de la mente. Experimentarlo por primera vez es como quitarse de repente mil kilos de encima: la pesada carga del apego a uno mismo, las aflicciones y las tendencias habituales. Antes de eso, puede que no sepas exactamente lo que son el apego a ti mismo o las aflicciones. Pero una vez que te liberas de ellos, los reconoces claramente.
El apego a uno mismo, las aflicciones y las tendencias habituales son profundas. Así que los practicantes deben trabajar duro para experimentar la iluminación una y otra vez hasta que puedan, simplemente, descansar en el estado natural de la mente. La clave es practicar con diligencia, pero sin esperar resultados.
Practicando de este modo, nuestra vida se integra gradualmente en la sabiduría y la compasión, e incluso los rastros de ‘iluminación’ desaparecen. Somos capaces de ofrecernos a todos, como un faro, ayudando a todos los que se cruzan en nuestro camino, respondiendo a sus necesidades sin artificios. Esta es la perfección de la iluminación silenciosa.
Te preguntarás: «Llevo diez años practicando, ¿cuándo me va a ocurrir esto exactamente?». La diferencia entre el engaño y la iluminación está solo a un momento de distancia. En un instante, puedes liberarte de las construcciones de tu identidad y ver a través del velo de tus constructos.
Recuerda que la práctica es mucho más que seguir un método concreto o pasar por etapas en un camino. La práctica es la vida y todos sus ‘muebles’. La práctica nos ayuda a ver la habitación y a no apegarnos a los muebles. La iluminación no es algo especial, es la libertad natural de este momento, aquí y ahora, sin manchar por nuestros constructos.
Wanshi en la estrofa final de su poema dice, y con esto termino:
“Cuando la iluminación silenciosa es perfecta, el loto florecerá, el soñador se despertará, los ríos correrán hacia el océano. Las mil montañas verán el pico elevado.
Como el cisne que separa la leche del agua, como la abeja que liba el polen.
Cuando la luz silenciosa toca el punto último yo perpetuo la tradición original de mi escuela.
Esta práctica se llama iluminación silenciosa. Penetra desde la más profundo hasta lo más alto”