Al principio, siendo el primero, el ancestro, el “buen amigo” fue únicamente el Buda. Después, cuando la posibilidad del despertar se suscitó en otros, aquella expresión fue usada por todos los miembros virtuosos de la comunidad, jóvenes y ancianos. Tras la muerte del Buda, poco a poco, se institucionalizó una figura de anciano que se ocupaba, estaba encargado, de la instrucción religiosa de los novicios. Esta persona en particular era definida como “el buen amigo”, pero no como atribución exclusiva, de hecho todos los monjes virtuosos continuaban siendo considerados así y a todos concernía para ser verdaderamente parte de la comunidad actuar como “buenos amigos” unos hacia otros y todavía más hacia los más jóvenes e inexpertos.
Naturalmente es preciso prestar atención al término “amigo”.
Entendido según el espíritu tiene un significado, entendido según el sentido habitual tiene otro. Sin restar importancia al amigo al que abrimos confiados el corazón al interior de una relación basada sobre el afecto y la afinidad, con el cual compartimos el tiempo del juego, del placer o de la tristeza y que, justamente, espera otro tanto de nosotros, la relación de la que estamos tratando es completamente distinta, basada sobre presupuestos que pertenecen a otro ámbito. “Buen amigo” es la descripción interior de la guía, una descripción trasmitida ya desde los tiempos antiguos que resalta la actitud espiritual, no el rol mundano. Es del todo normal que con el “buen amigo” no exista para nada una relación de amistad. Incluso, en el caso de que preexistiese, esta debe antes perecer o dejarse a un lado, para poder renacer trasformada. Ser amigos, compañeros en el dharma no es lo mismo que ser amigos de la niñez o de alegre compañía. Los objetivos de la relación, su sustancia misma, son distintos.
Dōgen, en sus obras, utiliza la expresión zenchishiki, abreviado a veces como chishiki, que es la lectura japonesa de los ideogramas chinos usados para traducir el término sánscrito original que tenía el significado de “buen amigo”, es decir kalyāņamitra.
Desafortunadamente en casi todas las traducciones en lenguas occidentales se ha preferido traducir este término como “maestro” (1). Contribuyendo así a radicalizar un aspecto operativo, funcional, a expensas de otros más sutiles y más apropiados para significar la verdadera naturaleza de la relación. No se trata de un problema filológico sino de continuidad de un significado; en el budismo, desde siempre, la verdadera guía es el buen amigo. Y el buen amigo, para ser de verdad tal, un amigo espiritual (2), no puede ser sino un practicante sincero de la vía, de corazón noble, asiduo en el zazen, que se propone como compañero sobre este camino, sin otros objetivos, sobreentendidos o máscaras. ¿Puede, nuestro buen amigo, ser un déspota que tiraniza y perpetúa en nosotros la dependencia en los encuentros con él? ¿Puede una mujer o un hombre interesado en el propio nombre, en la propia apariencia, en la propia vanidad, ser un buen amigo o, por añadidura, el buen amigo?
En realidad esto nadie lo puede enseñar, el buen amigo nos puede mostrar como aquella armonía vive en su vida, pero el aprendizaje del camino es una acto íntimo, que cada uno realiza para si y por si.
La cercanía a una persona de la vía no tiene el fin de aprender a tocar una música nacida de su fantasía e impuesta arbitrariamente. Se trata de aprender juntos a tocar la misma música, que es la misma por que nace de la misma fuente y es distinta porque es distinto el instrumento que la interpreta. Puesto que es una música muda, lo que es verdaderamente difícil es no engañarse al seguir cualquier melodía seductora, en cambio de armonizarse con la verdadera música momento tras momento. En realidad esto nadie lo puede enseñar, el buen amigo nos puede mostrar como aquella armonía vive en su vida, pero el aprendizaje del camino es una acto íntimo, que cada uno realiza para si y por si. Por esto se ha dicho que el verdadero maestro es zazen. Aprender a hacer zazen, aprendiendo dócilmente de zazen, es el correcto aprendizaje (3).
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De “La Via maestra”, de Mauricio Yushin Marassi (Ed. Marietti, 2005)
Traducción, Roberto Poveda.
(1) Desgraciadamente, la palabra “maestro” en occidente se utiliza a menudo como calificativo que rápidamente se antepone al propio nombre y que marca desde ese momento la distancia entre él y los otros. Se crea así una relación unidireccional en la que el maestro enseña y el discípulo aprende, esto abre la puerta a todo tipo de ilusiones.
(2) O también llamado “hermano mayor en el dharma”.
(3) Curiosamente la figura del maestro zen no tiene gran importancia en los monasterios japoneses tradicionales. El rol del maestro en ese país en la actualidad pasa por ser una formalidad administrativa.
Redacción
Dojo Zen Sevilla Kaiko
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